En el siglo V d.c poco quedaba del Imperio Romano que todos conocemos por la literatura y el cine. Desgastado el mármol, degenerada la raza de los dirigentes, desdibujadas las legiones, desde las ruinas emergió un zarpazo de puro orgullo imperial. La Batalla de los campos Cataláunicos congregó el talento restante antes de la caída. Aecio contra Atila; ruinas contra bárbaros.
El 27 de noviembre del año 450 D.C. moría en Roma la emperatriz Elia Gala Placidia a la edad de 58 años. Las fuentes antiguas no nos dicen la causa de su muerte, siendo verosímil pensar que estuvo enferma varios meses antes del deceso.
Gala Placidia fue una de las figuras más eminentes del Imperio Romano. Hija del emperador Teodosio I “El Grande”, esposa de un rey godo (Ataúlfo), de un emperador romano (Flavio Constancio) y madre de otro – Valentiniano III -; supo gobernar el imperio con tino y firmeza en esas difíciles primeras décadas del siglo V. Vivió el saqueo de Roma por Alarico y la invasión del África por los vándalos; no dudó en servirse de los hunos para recuperar su legitimidad, ni en comprometer en matrimonio a su hijo, aún niño, con la hija de su sobrino y emperador del Imperio Romano de Oriente (Teodosio II, hijo de Arcadio, medio hermano de Gala Placidia).
Placidia tuvo dos hijos de su matrimonio con Constancio: el citado Valentiniano III y Honoria. Poco antes de la muerte de su madre, Honoria empezó amoríos con un mayordomo de su palacio, un tal Eugenio. Su hermano, proclamado emperador en el 424, avisado de semejante relación, la entendió como un complot para destronarlo por lo que ordenó la ejecución del mayordomo y comprometió en matrimonio a su hermana con un senador viejo y sin ambiciones políticas: Flavio Baso Herculano. Esto enfureció a Honoria quien - con 32 años en ese momento ya estaba emancipada -, desesperada y con ánimo de venganza, escribió a Atila pidiéndole su ayuda al entender haber sido afrentada por su hermano y enviándole su anillo en prueba de la autenticidad de su mensaje.
Según Fuentes Hinojo 1, Honoria actuó así en recuerdo de los éxitos que había tenido su madre en sus pactos con los bárbaros durante su mandato; Atila, habilísimo, entendió (o quiso entender) esta llamada y la entrega del anillo, como una propuesta de matrimonio y respondió la carta indicando que él lavaba la dignidad perdida casándose con ella. Acto seguido, reclamó de Valentiniano III, como dote, toda la Galia. Como era de esperarse, Valentiniano se negó, por lo que Atila y sus huestes partieron desde Panonia, con rumbo a la Galia y con quinientos mil hombres bajo su mando, según fuentes antiguas (hoy se piensa que no superaron los cuatrocientos mil).
Los hunos eran un pueblo de origen turanio, aunque no hay unanimidad en precisar quiénes eran ni de dónde procedían. Muchos piensan que se trata del pueblo de los Hiung-Nu, mencionado en las crónicas chinas, que habitaban en la región comprendida entre el Altai, los montes Kuen-lun y los de Khingan; contra quienes, a fin de evitar sus incursiones, el emperador chino Kwang-Te construyó la Gran Muralla (c.a. 258 AC).
Su recorrido nos los presenta como una horda nómada que lucha contra los habitantes de las ciudades. En sus incursiones parecen arruinarlo todo, mas no era la primera vez que la historia conocía esto: ya había ocurrido con los hicsos y los cimerios y así como estos fueron absorbidos por la civilización egipcia y clásica, respectivamente, así también, a la larga, los hunos fueron absorbidos por la civilización de los occidentales.
Cantú sostiene que eran conocidos en Europa desde mucho antes, ocupando desde el Mar Negro al Danubio:
Lo cierto es que en el siglo IV los vemos derrotando a las tribus germánicas y empujándolas contra los límites del Imperio Romano. No constituían propiamente un ejército regular, al ser nómades y cazadores eran más bien guerreros que se presentaban y asolaban todo con la fuerza y rapidez del rayo. No obstante, sometido un pueblo, tenían la habilidad de utilizar sus guerreros en provecho propio para con ellos atacar a otro. Eso explica cómo, sucesiva y rápidamente, fueron cayendo ostrogodos, suevos, alanos y demás 3.
Nada sabían de artes ni de ciencias, no conocían la escritura ni el hilado y si bien hasta desconocían la agricultura (los romanos del Imperio de Oriente les llamaron "engendros de la Escitia"), debemos reconocerles el mérito de haber llevado a Europa el conocimiento del estribo, adminículo sumamente útil para el manejo de la cabalgadura.
En el año 387 ya recibían un estipendio del imperio del orden de las 19 libras de oro. En el 430, al rey Rúas le otorgaba Teodosio II un pago anual que había ascendido a 350 libras de oro, además del libre comercio en las orillas del Danubio.
Rúas, al morir (c.a. 434), dejó su reino en manos de sus dos sobrinos: Bleda y Atila (quien nació aproximadamente en el año 395). Poco después, este asesinaría a su hermano pues Atila era de genio irascible y violento. Su sangrienta historia de expolios hizo que los monjes de la Iliria le apodaran exageradamente “Azote de Dios”, mote con el que le conocemos hasta hoy. Y, a pesar de haber pasado a la historia como un gran guerrero, en realidad no era sino un saqueador, un hombre que nunca demostró tener genio militar. Prisco, que acompañó al embajador de Teodosio II a la corte del huno, le describe así:
Resulta una verdad de perogrullo el afirmar que hacia el siglo IV el Imperio Romano afrontaba un periodo de decadencia que le llevaría a su ruina. Muchas tesis se han propuesto para explicar el fin de un mundo que parecía haber sido labrado en piedra.
El celebérrimo Gibbon 5 le atribuyó al cristianismo una responsabilidad directa y fundamental:
El profesor Blázquez, haciendo suyo el planteamiento de Westermann, ve como causas de esa decadencia al sistema de tributos, el descenso de la población, el drenaje de metales preciosos hacia el Este, el cristianismo y la infiltración de los bárbaros en el Imperio 6.
A nivel militar, las legiones se habían barbarizado mucho perdiéndose la disciplina que había hecho célebre al ejército; el equipo de combate del soldado había disminuido en cuantía y virtud y el sistema de las denominadas “defensas móviles” creadas por Constantino, terminó de arruinar la calidad de unas legiones cuyo solo nombre, durante siglos, había sembrado el terror entre sus enemigos.
Aproximadamente en el año 396, en la Mesia, nace Cayo Flavio Aecio. Hijo del general de origen vándalo Gaudencio, Magister Equitorum del emperador Teodosio , El Grande, y de Aurelia, una distinguida dama romana perteneciente a la clase senatorial; vivió algunos años de su infancia entre los bárbaros, primero como rehén de Alarico y después en la corte del rey Rúas, como parte de los pactos entre hunos y romanos. Estos años le serían muy útiles en el futuro, pues le permitieron conocer las costumbres bárbaras y entender sus tácticas de combate.
Sirvió en la Galia como Magister Equitorum; en el 424 es nombrado Cura Palatii (Mayordomo de Palacio y Jefe de la Guardia Imperial); en 432, Cónsul por la parte Occidental del Imperio; en el 433, Magister Militorum (Jefe de todos los Ejércitos del Imperio) y en el 435 Gala Placidia le nombra “Patricio”, lo que de hecho le confirmaba como en el hombre más importante del Imperio Romano de Occidente. Durante su dilatada carrera militar, venció repetidamente a los bárbaros.
Gregorio de Tours, en su Historia de los Francos, nos ha dejado la siguiente descripción de Aecio:
Los primeros acuerdos de amistad entre el Imperio y los hunos los había obtenido el general Gaudencio y se mantuvieron hasta el 449. Incluso, ese mismo año Valentiniano III había nombrado a Atila “Maestre de la Milicia”, con su correspondiente pago en forma de grano. Este título, que para los romanos era solo honorífico, le decidió a Atila a creerse con derecho a interferir en los asuntos de la Galia: eso explica cómo le vemos intervenir en la guerra civil de los francos ripuarios y celebrar acuerdos con Genserico, el rey de los vándalos.
Como dijimos, luego de recibir la negativa del emperador a su boda, Atila avanzó rápidamente: en abril de 451 ocupó Mettis (Metz), después de haber arrasado Colonia, Maguncia y Worms, y acto seguido sitió la ciudad de Aureliani (Orleáns), punto estratégico de las comunicaciones del noroccidente de las Galias; pero el empuje de Aecio le obligó a levantar el cerco y a dirigirse al norte, hacia los Campos Cataláunicos, a una localidad llamada “Maurica”, más cerca de Troyés que de Chalons-sur-Marne, en la actual región de Champaña–Ardenas (Francia).
El día 20 de junio del 451, al rayar el alba, estaban los dos ejércitos frente a frente. Las fuerzas estaban muy igualadas. Se calcula que el número total de efectivos estaría entre los 350,000 y 400,000 por lado; por lo que las primeras líneas se acercarían a los cuatro kilómetros de longitud.
Atila, confiando en sus soldados, los puso en el centro; a su izquierda formaban los vándalos y los ostrogodos y a la derecha, hérulos, gépidos, esciros de Riga, rugios de Pomerania, turingios de Baviera, francos del Neckar y burgundios del otro lado del Rin.
Y viendo dudosos a los suyos, Atila les amonestó así:
Por su parte, Aecio, conocedor del odio que les tenía el rey visigodo a los vándalos 7, lo puso frente a estos; al centro estaban los alanos (un pueblo de origen iranio), junto a sármatas, breunos, sajones, borgoñones, letos y armónicos. El ejército romano formó a la izquierda, junto a los francos ripuarios, dominando un cabezo.
Y arengó a sus tropas diciéndoles:
Se desconoce el curso del combate. Algunos piensan que los hunos hicieron retroceder a los alanos, los de poderosos dardos, por lo que el rey Teodorico tuvo que girar en su apoyo a fin de evitar se rompiera la línea, lo que le costó la vida (recuérdese que la flecha que le mató, le entró por la espalda); logrando sostener la carga, avanzar y vencer a los vándalos; por su parte, Aecio y los francos - que tuvieron una mejor posición desde el inicio de la batalla, habida cuenta que dominaban la colina y tenían mejor perspectiva del desenvolvimiento de las maniobras -, habrían hecho lo propio con los germanos.
Jordanes, que vivió unos cien años después, en su “Historia Goda”, la narra así:
Como se acaba de anotar, fue muerto por una flecha el rey Teodorico. Sin dejar de combatir, allí mismo, inmediatamente, se llevó a cabo un consejo de estado y los visigodos eligieron como nuevo rey a su hijo Turismundo.
Pelearon durante todo el día. Se dice que los muertos -humanos y bestias– fueron tantos, que provocaron que las aguas de un río que por allí pasaba formaran un estanque (quizá el Marne).
Hasta que cayó la noche y las tinieblas cubrieron la llanura de oscuridad y confusión, pero dándoles a los Antiguos Señores del Mundo una clara y decisiva ventaja 8.
Continúa Jordanes: “Aecio quedó separado de sus hombres y anduvo largo rato por entre los enemigos. Temiendo que hubiera ocurrido un desastre, iba en busca de los godos. Por fin llegó al campamento de sus aliados y pasó el resto de la noche bajo la protección de sus escudos. Al amanecer del día siguiente, cuando los romanos vieron que los cadáveres se amontonaban en el campo de batalla y que los hunos no se atrevían a un nuevo encuentro, consideraron que la victoria era suya; pero Atila no se retiraría a menos que el desastre fuera total. En efecto, lejos de comportarse cobardemente como quien se sabe perdido, mandó tocar las trompetas e inició un ataque. Era como un león que atravesado por las lanzas de sus perseguidores, pasea ante la caverna que le sirve de refugio sin atreverse a saltar sobre aquéllos pero aterrorizándolos aún con sus rugidos. Del mismo modo, aquel guerrero acorralado causaba pavor al enemigo. Godos y romanos celebraron una consulta para decidir su acción inmediata. Optaron por obligar a Atila a salir de su campamento, sometiendo a éste a sitio, puesto que en él se carecía de víveres y su línea de aproximación se hallaba bajo la acción de los arqueros romanos colocados en lugar adecuado” 9.
Llegados a este punto, seguramente Atila era consciente de la suerte que le esperaba. Se dice que, a fin de evitar ser hecho prisionero, con la vejación que ello suponía, preparó su propio túmulo funerario con las sillas y gualdrapas de sus caballos, donde sería incinerado después de suicidarse.
Pero Aecio era un gran estadista. Sabía que la política imperial obligaba a tener igualados a sus aliados. Si aniquilaba a los hunos, ¿quién, después, le ayudaría a contener a los visigodos? Estas reflexiones le llevaron a convencer a Turismundo de regresar a los dominios de su padre, pues había sido nombrado rey muy recientemente y su hermano podía arrebatarle el trono mientras él seguía combatiendo; y por otro lado, a dar a Atila la vía para escapar, cosa que hizo el huno raudamente.
De esta manera ambos contrincantes se retiraron del campo, sin irse nuevamente a las manos.
La estrategia de Aecio nos la comenta Jordanes. Incluso, el historiador romano Idacio, contemporáneo de los hechos, afirma que Aecio, en la noche posterior a la batalla, no se perdió en el campamento de Atila sino que fue directamente a su encuentro y le previno de ayudarle en cuanto emprendiera la retirada, no cortándosela, por lo cual este, en agradecimiento, le regaló diez mil monedas de oro.
Murieron centenares de miles, pero no se sabe con exactitud el número de las bajas. Cadavera vero innumera, señalan las fuentes (en verdad, innumerables cadáveres). Jordanes asegura que ambos perdieron unos 165,000 hombres, sin incluir a los 15,000 muertos de la escaramuza producida la noche anterior a la batalla; Idacio eleva el número a 300,000.
Así terminó la batalla de los Campos Cataláunicos, también llamada “De Chalons” o “De la llanura de Mauriac”, la más grande de la Antigüedad y una de las mayores y más importantes de la Historia. Sin duda alguna, una batalla decisiva para la humanidad: El éxito de Aecio, llamado “El último romano” por sus virtudes cívicas y por derrotar a Atila, significó la salvación de la cultura occidental.
Los dos grandes rivales y amigos no sobrevivirían mucho a esta batalla. Atila, que nunca volvió a recuperar sus fuerzas, murió a los dos años, envenenado por una de sus esposas; Aecio moriría tres años después, apuñalado por el indeciso y afeminado emperador Valentiniano III.
- 1 Fuentes Hinojo, Pablo. Gala Placidia. Editorial Nerea, S.A. San Sebastián (España). 2004.
- 2 Cantú, César. Historia Universal. Tomo 2. Librería de Garnier Hermanos. París, 1890. Página 715. Traducida al español de la última edición de Turín.
- 3 Muy útil explicación sobre la vida y gobierno de los hunos se encontrará en: Heather, Peter. La caída del Imperio Romano. Editorial Crítica. Barcelona, 2006.
- 4 Cantú. Op.cit.
- 5 Gibbon, Edward. Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Random House Mondadori, S.A. Ediciones De Bolsillo. Segunda edición. Del inglés por Carmen Francí Ventosa. Barcelona. 2003.
- 6 Blázquez Martínez, José María. Causas de la decadencia y hundimiento del Mundo Antiguo. En “Biblioteca virtual Miguel de Cervantes”. 2005.
- 7 Hunerico, hijo de Genserico, rey de los vándalos, a fin de poder casarse con la hija de Valentiniano III, repudió a su esposa (hija del rey visigodo Teodorico) y la devolvió con la nariz y orejas cercenadas. Tal laceración horrorizó a Teodorico, quien juró vengarse.
- 8 Habrían desertado miles de soldados hunos esa noche, desperdigándose en las comarcas aledañas, lo cual explicaría por qué no es sorprendente que hoy nazcan niños franceses en esa zona con la conocida “mancha mongólica”.
- 9 General J.E.C. Fuller. Batallas decisivas del Mundo Occidental. Traducido del inglés por Julio Fernández Yáñez. Tomo primero. Segunda edición. Luis de Caralt editor. Barcelona, 1964. Págs. 324 y siguientes.
Si quieres colaborar con nosotros ponte en contacto aquí. Cualquier aportación es bienvenida.