La batalla de la batalla de Gembloux fue el inicio de una brillante ofensiva de los tercios para reconquistar Flandes. Fue, además, el principio del fin de Don Juan de Austria, que enfermaría mortalmente ese año, y el principio de la leyenda de Alejandro Farnesio
El coronel Santiago Cubas Roig es redactor jefe de la Revista de Historia Militar y conoce mejor que nadie la importancia de divulgar la superdotada historia militar de España. La Guerra de Flandes, un teatro de operaciones donde el Imperio español se jugó su supervivencia, es uno de los focos que más interés está concentrando en el Instituto de Historia y Cultura Militar en los últimos tiempos. El coronel relata con precisión los detalles de la batalla de Gembloux, la más famosa victoria de Don Juan de Austria en Flandes.
Designado gobernador de Flandes en sustitución de Luis de Requesens, el héroe de Lepanto concedió a las provincias rebeldes la retirada de los tercios españoles en 1577 y otras medidas de pacificación a cambio de que reconocieran de nuevo la autoridad del Rey. No obstante, Guillermo de Orange, el cabecilla de la rebelión, buscó por todas las maneras posibles marginar políticamente a Don Juan de Austria e incluso hacerlo desparecer del tablero. Cuando peor estaba la situación para los intereses hispánicos, los tercios acudieron en ayuda de Don Juan e impusieron el obstinado discurso de sus armas en el municipio de Gembloux frente a 25.000 rebeldes, que habían perdido por un instante el miedo a la mejor infantería de su tiempo: los tercios españoles. Un error que les iba a costar muy caro.
Los largos preparativos del combate dejaron dos gran hechos históricos para los tercios. Por un lado, la muerte de un monumento del ejército español, el maestre de campo Julián Romero, aconteció en las vísperas de la campaña, cerca de la ciudad de Cremona. Tenía cincuenta y nueve años –llevaba combatiendo desde los 16 años– y le faltaba un brazo, un ojo y una pierna. Y por otro, el Tercio de Lope de Figueroa dejó instaurado un nuevo récord de velocidad en el Camino Español, al recorrer los 1.000 Km en treinta días
–Antes del regreso de los tercios desde Italia, Don Juan de Austria se encontraba aislado políticamente y sin recursos para imponer su autoridad. En el verano de 1577 tomó la determinación de apoderarse del castillo de Namur con una veintena de hombres, el inicio de su campaña militar.
La fortaleza de Namur es prácticamente inexpugnable, sobre un macizo de roca inaccesible más que por un puente levadizo y con un glacis al lado opuesto de fácil defensa. Este lugar fue el elegido por Don Juan para, por medio de una añagaza y con gran osadía personal, hacerse con un punto seguro desde dónde ejercer su autoridad, aunque fuera sólo nominal. No fue una acción militar, sino una ocupación, tras aceptar una invitación, forzada por él mismo, del castellano. Se refleja en uno de los grabados de Hogenberg, dónde se ve cómo él y su séquito entran tranquilamente.
–Una vez ordenado el regreso de los tercios desde Italia, la marcha fue especialmente briosa por el aprecio que tenía la milicia a Juan de Austria, pero también vivió un momento trágico con la muerte de Julián Romero. ¿Cómo valoras la carrera de este brillante militar?
Efectivamente, fue brillante, un héroe querido por los suyos y respetados por el enemigo. Sin embargo, para el momento histórico en que nos encontramos, no resultó un inconveniente fatal su muerte, el trabajo ya estaba hecho, la reorganización de los tercios para su vuelta. Los españoles estaban indignados porque se les había hecho salir como criminales de Flandes, en el vano intento del Rey Prudente de pacificar los ánimos. Sin duda tener a Romero a su frente, habría animado a los soldados, pero, ésta era una ocasión especial. Les llamó Juan de Austria, el héroe, a ellos, les necesitaba, volaron en su ayuda. El Tercio de Lope de Figueroa dejó instaurado un récord de velocidad, al recorrer los 1.000 Km en treinta días. La carta en la que les llamó, escrita en tono personal, a ellos, a cada uno de ellos, les decía que fueran ligeros de equipaje, para ir más deprisa, que ya tomarían lo que necesitaran de sus enemigos.
–Reanudada la contienda. A principios de año, los tercios entran en combate contra los rebeldes en la batalla de Gembloux. ¿Qué hace pensar al ejército rebelde que puede imponerse en batalla campal a los españoles, después de tantas derrotas en el pasado?
Recordemos la situación. Todo Flandes estaba en poder del Príncipe de Orange, hasta las mismas regiones católicas. Solo Luxemburgo, más alejado, permanecía fiel a su señor natural, el Rey de España. Al norte del Rin, Alemania era protestante. Los Países Bajos actuales eran Germania inferioris, o sea los alemanes bajos. No era difícil conseguir tropas protestantes en la inmensidad de los estados protestantes alemanes del interior, los alemanes altos, de la Germania superioris. El mismo Príncipe, que intentó dos sublevaciones sucesivas en pocos meses, con dos ejércitos de mercenarios alemanes, fue derrotado en sendas ocasiones por el Duque de Alba. En el caso que nos ocupa, el de Orange pensaba dar un golpe de gracia a la autoridad del Rey. No esperaba una reacción tan rápida de los españoles, ni creía que pudieran oponérsele después de tan largo viaje a pie. Además, estos ejércitos reclutados con prisas, no estaban nunca cohesionados, acudían a la llamada del dinero y el posible botín y no tenían, en esa época, la consistencia que llegaría a alcanzar décadas más tarde el bando protestante, sobre todo el ejército de las Provincias Unidas.
–Gembloux es una de las pocas victorias españolas del periodo donde la caballería resulta determinante. ¿Por qué en esta batalla sí es protagonista la caballería española?
A los rebeldes les sorprendió la llegada, finalmente, de los tercios desde Italia, entre ellos como ya he citado, el de Lope de Figueroa. Lope, diez años antes, había sido con su intervención al mando de una compañía del Tercio de Sicilia, el originador de la victoria de Gemmingen, una de las dos victorias del Duque de Alba citadas anteriormente. Cuando llegaron, Don Juan se preparó para la batalla. Según el capitán Alonso Vázquez, Juan de Austria no dejó de reconocer constantemente los movimientos del enemigo ni intentar obtener información. Relata la captura de un mozalbete, enemigo, que le confiesa que todos sus compañeros están pensando abandonar el campo, al saber de la llegada de las tropas españolas desde Italia. La edad y calidad bisoña del joven prisionero y su voluntad de colaboración, hacen reconocer a Juan de Austria la ocasión de la victoria. Siempre convocando consejos de guerra, decide atacar, animado por Alejandro Farnesio. Porque, además, ven, por los constantes reconocimientos, que efectivamente el enemigo hace movimientos que podrían significar la toma de la iniciativa por su parte o su huida.
Para evitar que tome la iniciativa o huya, Don Juan emplea la caballería, para fijarles, sin esperar a que la infantería llegue primero, atacando los dos flancos del enemigo, con italianos y españoles. La caballería consigue, no solo fijarles, sino romper sus flancos. La infantería, a paso largo, llega, se arrodilla, reza a la Virgen Santísima, se levanta y al grito de ¡Santiago! ¡España! ¡Cierra!, cierra sobre el centro, aún fuerte, del enemigo y lo destroza
–El propio Alejandro Farnesio encabezó la carga de la caballería exponiendo su vida. ¿Cuánto era costumbre que se expusieran al combate directo los generales del periodo?
No estaba nunca aceptado ni era costumbre, como es lógico, en enfrentamientos de miles de hombres, donde acciones de ese tipo podían dejar descabezado al Ejército, cosa en ningún caso buena. Don Juan lo expresa claramente cuando le reprende: «No os he traido para que muráis como soldado sino para que me auxilieis como general», aunque, según el relato de Alonso Vázquez, el mismo Juan de Austria comenta que comprende que un caballero de su edad no podía haber hecho otra cosa. Motiva mucho a un soldado que su general entre en batalla con él, o que se ponga a cavar una trinchera con él, o que le visite en el lugar más expuesto, aunque, probablemente, fueron pocos los que se enteraron en el momento. El hecho daría gran popularidad y fama a Alejandro, lo cual, sin duda, le sirvió posteriormente.
–Juan de Austria murió el mismo año de Gembloux, su única gran batalla campal y la única victoria en Flandes, dejando una carrera militar “incompleta”. ¿Cuál es la valoración desde el punto de vista técnico de sus cualidades como general?
Empecemos por el principio. Juan de Austria formaba parte de una élite nobiliaria y militar por derecho propio. Se había educado en Alcalá con el hijo de Felipe II, Don Carlos, y con el mismo Alejandro Farnesio. Eran amigos y de edad similar. Ese tipo de élite producía excelentes dirigentes, preparados desde su juventud para las ocasiones en las que se les requiriese. Tenían dotes de mando por derecho propio, no debían ascender en la escala social para alcanzar los más altos puestos de mando. Tenían confianza en sí mismos y en su misión trascendente, que venía de antiguo, primero la lucha contra los musulmanes, una cruzada en terreno propio, luego contra los nuevos enemigos de la Fe, los protestantes. Y España, su rey, su nación, estaba en el centro de esa defensa de los valores en los que se habían criado.
Juan de Austria fue uno de esos personajes, valiente y válido, Felipe II no le hubiese puesto al mando de las empresas que le encomendó de no haberlo sido. Prueba de ello es como desechó a su propio hijo. Don Juan sabía que su autoridad emanaba del mismo rey y por lo tanto no tenía empacho en dejarse aconsejar por quién pudiera tener más experiencia que él, como hace todo buen jefe, que sabe que su autoridad no se pone en duda por ello. Las decisiones, normalmente acertadas, fueron suyas, tanto en Granada, como en Lepanto, como en Flandes, cuando tuvo libertad de acción, y también cuando no la tuvo, por la falta de dinero con que financiar su empresa.
–¿Se puede considerar que Juan de Austria, que no estuvo tan expuesto a la leyenda negra pero si a la leyenda blanca de Lepanto, es un personaje desde el punto de vista militar algo sobredimensionado?
A la lectura de los autores de la época, no lo está en absoluto. Inflamaba a sus subordinados con su presencia y trato, aparte de su energía y probada valía. Ahora bien, sí, Juan de Austria fue el héroe que derrotó a los turcos, que amenazaban a Europa, la Cristiandad, por mar y tierra. Tras Lepanto la amenaza sobre las costas, cristianas y musulmanas, del Mediterráneo occidental se redujo notablemente y también desapareció la posibilidad de un desembarco en España. No hay que olvidar a la activa minoría musulmana en España, que deseaba recuperar el perdido estatus. Ese halo de vencedor del enemigo común de la Cristiandad, no se desdibujó en ningún momento. Tenía la simpatía de todos, enemigos incluidos. De hecho su corazón reposa en la catedral de Namur, la ciudad que le vio morir, con todos los honores. Los héroes militares que mueren jóvenes son más atractivos que los que viven largos años, expuestos éstos a sufrir alguna derrota o cometer alguna acción que enturbie la gloria inicial.
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